Después de 17 años trabajando en el ámbito de la inversión sostenible, siento la presión de tener que predicar con el ejemplo e invertir únicamente en fondos sostenibles. De hecho, la mayoría de mis inversiones personales (aunque no todas) están clasificadas como sostenibles. No obstante, si se me presenta una oportunidad de inversión no clasificada como IS, me decantaré por ella si creo que la filosofía y el proceso en los que se basa se ajustan mejor a mis valores y necesidades de proteger y hacer crecer mis ahorros.
No soy la única que piensa así. Muchos inversores particulares no conciben sus inversiones como algo aislado, sino como parte del conjunto de decisiones que conforman su estilo de vida. Por ejemplo, pueden optar por inversiones pasivas o fondos más tradicionales, pero luego participar en actividades filantrópicas o donaciones para contrarrestarlas.
El dilema de elegir
Del mismo modo, nuestras decisiones de consumo e incluso nuestras carreras profesionales pueden verse influidas por las clasificaciones de sostenibilidad. Como consumidores, incluso cuando las etiquetas tienen base científica y son fiables, tenemos en cuenta otros factores para tomar una decisión final; por ejemplo, nuestras opiniones, los costes y la necesidad de ganarnos la vida. No olvidemos que incluso los sectores que no se consideran sostenibles según las taxonomías de IS son capaces de encontrar empleados.
Aunque mis inversiones son una gota en el océano de los mercados financieros, mi dilema de inversión personal es el mismo al que se enfrentan algunos inversores con un volumen de activos mucho mayor. Este dilema se acrecienta a medida que las autoridades reguladoras acotan la definición de «inversión sostenible».
¿Qué es sostenible de verdad?
Muchos titulares de activos tendrán que decidir si las definiciones y clasificaciones regulatorias siguen ajustándose a sus propios requisitos en términos de alineación de valores, impacto y rentabilidad, sobre todo cuando las decisiones en materia de IS repercutan en sus objetivos de rentabilidad financiera, o cuando no exista un consenso universal.
Por ejemplo, ¿debe considerarse el gas natural una actividad sostenible o de transición? ¿Y qué hay de la energía nuclear o de las armas que usa la policía para que la sociedad sea más segura? Los temas relacionados con la IS siempre han generado divisiones. Como los inversores tienen opiniones diferentes, tomarán decisiones en consecuencia.
Centrarse en la transición
Algunos inversores pueden elegir inversiones que no estén clasificadas como sostenibles de forma explícita, pero que cumplan sus criterios personales respecto a lo que implica invertir con conciencia medioambiental y social. Un ejemplo actual que cabe destacar son los enfoques de IS que se centran en el cambio, como las inversiones de transición, o los que se basan en el engagement. Hasta la fecha, las regulaciones de IS no han prestado suficiente atención a dichos enfoques, pero muchos inversores los consideran el ámbito de mayor impacto de la IS.
Otros inversores quizá busquen definiciones aún más estrictas y descubran que no todos los fondos clasificados como IS se ajustan a sus necesidades. Además, a todos los inversores les interesa la rentabilidad. Si los criterios de la clasificación de sostenibilidad se vuelven demasiado restrictivos, o bien dan una excesiva prioridad a los valores o la alineación de impacto en detrimento de la rentabilidad financiera, es más probable que algunos titulares de activos decidan que esta definición no les conviene.
Desacuerdo generalizado
Por tanto, ¿quién decide qué es sostenible? Como es natural, las autoridades reguladoras deciden qué se clasifica como IS al comercializar los productos de inversión. Estos requisitos mínimos, junto con las directrices de transparencia, son muy importantes para proteger a los inversores y ayudarles a tomar decisiones con pleno conocimiento de causa.
Los gestores de activos deben cumplirlos, pero los titulares de los activos no tienen por qué estar de acuerdo. Los titulares emitirán su veredicto al tomar sus decisiones de inversión. A largo plazo, solo el tiempo y los avances que hagamos en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) dirán si nuestras decisiones fueron las correctas.