La opinión generalizada era que Trump usaría los aranceles únicamente para negociar mejores condiciones para EE.UU. y que, en última instancia, actuaría racionalmente en beneficio de las empresas estadounidenses y de sus propios votantes. Con ello se apoyaba la tesis del excepcionalismo estadounidense. A estas alturas, ya sabemos que no es así. El Gobierno estadounidense se ha distanciado incluso de sus aliados más cercanos, y la guerra comercial amenaza con descontrolarse.
A ello le siguió un cambio sin precedentes en la política fiscal de Alemania y un estímulo fiscal adicional de la UE. Las consecuencias para los tipos y los mercados crediticios ya se saben. Los tipos europeos subieron y los de EE.UU. bajaron, mientras que en los mercados crediticios el exceso de rentabilidad se desplazó en direcciones opuestas, con el crédito europeo superando al estadounidense. Esta correlación negativa es muy poco habitual, pero tiene todo el sentido en este contexto.
La enorme incertidumbre arancelaria, sumada a la consiguiente inestabilidad económica, es un factor clave del temor a la estanflación y del posible fin del excepcionalismo estadounidense. Varios indicadores de crecimiento en EE.UU. apuntan claramente a una ralentización, y las expectativas de inflación siguen siendo elevadas, lo que supone un contexto desfavorable para los activos de riesgo.
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